lunes, 5 de noviembre de 2007

Página 1

Una ligera bruma recorría las calles de la ciudad, llenándolo todo de imágenes sugestivas, sombras fantasmagóricas y rincones helados.

Diríase que el paisaje que se extendía ante mis ojos acabase de salir de algún pueblecillo escocés.

Poco a poco el escaso viento y los tímidos rayos del sol hacían jirones la entretejida maraña de niebla.

Mis huesos crujían lentamente mientras me estiraba delante de la ventana. El espectáculo que se ofrecía ante mi vista evocaba en mi recuerdos de alguna película que luchaba por mantenerse en el recuerdo. Con un movimiento brusco, causado seguramente por la contracción de unos músculos no demasiado acostumbrados a tan magno esfuerzo, regresé a la realidad. Un frío intenso recorría todo mi cuerpo, así que tuve que pensar rápido, era el momento de volver a la cama, ya estaba bien de hacerse el héroe.

Al cabo de dos horas desperté sobresaltado y totalmente empapado en sudor, una de mis pesadillas me había estado acosando de nuevo. Dejé que mi corazón recuperara su ritmo habitual (...) y me dirigí con paso torpe hacia el maldito baño.

La casera de la pensión era una tacaña, de eso estaba seguro, la muy guarra cobraba por el uso del agua caliente, como si el dinero se pudiera regalar al primer extraño que encuentras tirado en la calle. Como aquella mañana no andaba

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