sábado, 3 de noviembre de 2007

Página 4

callejuelas, parques vacíos y llenos a la vez de jeringuillas, me mantuve a la sombra de varias peleas callejeras, visité tres o cuatro bares más y como por casualidad me encontré delante de la puerta de la pensión, subí las escaleras a trompicones tratando de hacer el menor ruido posible, aunque dado el estado en que me encontraba era bastante difícil, llegué a la habitación y me desplomé sobre la cama. No podía más. La habitación giraba y giraba a mi alrededor mientras el poster de Marta en la pared se reía de mi y aquel payaso colocado en la mesilla parecía querer matarme, de un manotazo lo aparté y se hizo añicos contra la pared, entonces la cama empezó a moverse y chocar contra las paredes, hasta que al final la paz invadió mi cerebro y conquistó el sueño. Juré no volver a beber jamás.

El bar parecía desierto desde donde yo me encontraba, lo cual no resultaba nada extraño si tenemos en cuenta la hora que era. Crucé la carretera lentamente, dejando que la gabardina que llevaba ondeara al escaso viento que reinaba esa mañana.

Realmente este era uno de los momentos con los que más disfrutaba, imitando a un famoso actor cuyo nombre desaparecía en mi cerebro por obra y gracia de el alcohol.

A estas horas de la mañana ningún coche podía molestarme así que me recreaba verdaderamente cruzando el duro pavimento, lo único que echaba de menos eran esas dos puertas de madera abatibles que solían tener todos los salones del lejano oeste, lástima, no se puede tener todo en la vida.

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